miércoles, 1 de abril de 2009
Despedida...
Bajamos del micro, una vez llegados a Córdoba. Caímos en la cuenta de que era una de las últimas veces que íbamos a viajar. Que íbamos a verlos. En tres años habíamos recorrido las rutas del país siguiendo a esa misma banda, y ahora, por razones que se nos escapaban, se terminaba. Aquella provincia había sido la parada obligada varias veces y ya nos sentíamos parte del lugar.
A lo lejos, llegaban los primeros autos, y nos instalábamos en la plaza cercana al estadio, en las casas de los alrededores, la gente ponía música para recibirnos, éramos bienvenidos una vez más.
Casi en silencio los 15 o 20 que éramos nos sentamos a la orilla del río, en una ronda gigante, casi parecía un ritual. Algunos armaban el fernet, “ni muy fuerte ni muy liviano, por favor”. Otros, dormían un rato, tirados en el pasto, de cara al sol.
La guitarra empezó a sonar. Canciones que nos recordaban épocas mejores sin duda.
Unos acordes de repente me trasladaron varios años atrás, donde empezó todo.
Habíamos ido a festejar algo, algunos éramos hermanos, primos, amigos, compañeros de escuela. Otros simplemente se acercaban de casualidad a ver qué pasaba.
Estábamos sentados como esa misma tarde, como ahora. Hasta que una voz nos agitó, como de costumbre…
De un minuto a otro el tiempo se congeló, el segundero de cada uno de los relojes de todo el mundo, se detuvo, simplemente.
Volví a Cordoba, volví al ahora, volví en mí, cuando unas risas conocidas me trajeron de vuelta. Más gente recién llegada se sumaba al ritual. Noté que unos amigos me miraban, me invitaron al truco. Sabía que no me podía concentrar así que desistí. Hacía mucho calor, era casi agobiante.
De nuevo la guitarra, de nuevo volví en el tiempo. Pero esta vez, la negrura completa me envolvió. El tiempo seguía sin pasar y alrededor todos y todo se había congelado.
Excepto el sonido. Los gritos, el llanto de alguien perdido en el medio de la marea humana escapando.
Nos habían encerrado.
El fuego comenzaba a consumir el lugar, y no sabíamos de donde venía. Otra vez los segunderos comenzaban a funcionar, pero como una cruel broma, esta vez, mas rápido. Las horas eran minutos, los minutos segundos, que se consumían al compás de las llamas, o de los acordes de la guitarra que todavía sonaba a mi alrededor.
El aire se espesaba, y hasta juro recordar el latido del corazón que en ese momento marcaba el tiempo que nos quedaba.
Otra vez la quietud completa. Algunas sombras se movían, otras ya no. Quedé solo, o por lo menos eso es lo poco que recuerdo. El miedo paralizante, me empujó un poco más, tenía que salir. Hasta que alguien me abrió la puerta.
Sentí el agua en la cara, los ruidos de sirenas cercanas, los gritos seguían, igual que adentro.
Me toqué la cara, erán lágrimas, que boludo, otra vez…
Abrí los ojos. Risas, charlas, el truco- quiero retruco, los pibes. Todos ahí. Como si nunca hubiese pasado nada.
“che ya son las ocho, vamos entrando”.
Un segundo más me trasladé y volví a mirar. Salimos todos? Me pregunté.
Se acercó mi hermana. “Dale vamos. Aprovechemos que es el último”
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